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17:46 | 23/06/2019

Cuento primero

Érase una vez un viejo zorro de nueve colas que, creyendo que su esposa le era infiel, quiso probarla. Tendióse debajo del banco y se quedó rígido, sin menear ningún miembro, como si hubiese muerto. Dama Zorra se encerró en su aposento, y su criada, ama Gata, se instaló en su cocina a guisar.
Al correr la voz de que el viejo zorro había estirado la pata, empezaron a acudir pretendientes. Oyó la doncella que alguien llamaba a la puerta de la calle; salió a abrir y se encontró frente a frente con un zorro joven, que le dijo:
“Dama Gata, ¿en qué pensáis?
¿Dormís o acaso veláis?.”
Y respondió la gata:
“Velando estoy, no durmiendo.
¿Queréis saber qué estoy haciendo?
Pues buena cerveza, con manteca al lado. 
¿No desea el señor ser mi invitado?.”
– Muchas gracias, doncella -replicó el zorro-. ¿Y qué hace dama Raposa?
Y respondió la gata:
“Está en su aposento,
toda hecha un lamento.
Triste tiene el rostro, triste y lloroso 
porque se ha muerto su querido esposo.”
– Decidle, doncella, que hay aquí un zorro joven que quisiera hacerle la corte.
– Bien, mi joven señor.
“Y subió la Gata, trip-trap.
Y llamó a la puerta, clip-clap.
-Señora Raposa, ¿estáis ahí? 
-Sí, Gatita, cierto que sí.
-Hay un pretendiente que os solicita. 
-¿Es guapo o es feo? Dímelo, Gatita.
¿Tiene también nueve hermosas colas pinceladas, como el señor Zorro, que en gloria esté?.”
– ¡Oh, no! -respondió la gata-, tiene sólo una. 
– Entonces no lo quiero.
Volvióse la gata a la puerta y despidió al pretendiente. 
No tardaron en volver a llamar: era otro galán, que venía a solicitar a dama Raposa. Tenía éste dos colas, pero no logró más éxito que el primero. Y así fueron acudiendo otros, cada cual con una cola más que el anterior, y todos fueron despedidos, hasta que llegó, finalmente, uno que poseía nueve rabos, como el viejo señor Zorro. Al saberlo la viuda, dijo, alegre, a su doncella:
“¡Ábreme las puertas de par en par, 
y el viejo zorro me vas a echar!.”
Pero en cuanto se iba a celebrar la boda, saliendo el zorro viejo de debajo del banco, propinó un buen vapuleo a toda aquella chusma y los arrojó a la calle junto con dama Raposa.

Cuento segundo

Habiendo muerto el viejo señor Zorro, presentóse el Lobo en calidad de pretendiente. Llamó a la puerta, y la Gata, doncella de dama Raposa, acudió a abrir. Saludóla el Lobo y le dijo:
“Buenos días, señora Gatita.
¿Cómo estáis aquí tan solita?
¿Qué guisáis que tan bueno parece?.”
Respondió la Gata:
“Sopitas de leche para merendar; 
si os apetecen, os podéis quedar.”
– Muchas gracias, señora Gata -respondió el Lobo-. ¿Está en casa dama Raposa?
Dijo la Gata:
“Está en su aposento,
hecha toda un lamento.
Triste tiene el rostro, triste y lloroso, 
porque se ha muerto su querido esposo.”
Replicó el Lobo:
“Si quiere volverse a casar, 
no tiene más que bajar.”
“La gata se sube al piso alto, 
tres escalones de un salto, 
llega a la puerta cerrada 
y llama con la uña afilada.
-¿Estáis ahí, dama Raposa? 
Si os queréis volver a casar, 
no tenéis más que bajar.”
Preguntó dama Raposa:
– ¿Lleva el señor calzoncitos rojos y tiene el hocico puntiagudo?
– No -respondió la Gata.
– Entonces no me sirve.
Despedido el Lobo, vino un perro, y luego, sucesivamente, un ciervo, una liebre, un oso, un león y todos los demás animales de la selva. Pero siempre carecían de alguna de las cualidades del viejo señor Zorro, y la Gata hubo de ir despachándolos uno tras otro. Finalmente, se presentó un zorro joven, y a la pregunta de dama Raposa: “¿Lleva calzoncitos rojos y tiene el hocico puntiagudo?,” – “Sí -respondió la Gata-, sí que tiene todo eso.”
– En tal caso, que suba -exclamó dama Raposa, y dio orden a la criada para que preparase la fiesta de la boda.
“Gata, barre el aposento
y echa por la ventana al zorro que está dentro.
Buenos y gordos ratones se traía,
pero él solo se los comía 
y para mí nada había.”
Celebróse la boda con el joven señor Zorro, y hubo baile y jolgorio, y si no han terminado es que siguen todavía.

 



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